Los móviles se extendieron entre
la población y se convirtieron en objetos imprescindibles. Del mismo modo que,
en el pasado, la gente no salía de casa sin su reloj o su documentación, a
partir de la primera década del siglo XXI ocurría lo mismo con estos aparatos
de comunicación.
Y cada modelo ofrecía nuevas prestaciones, que lo hacían más atractivo que sus predecesores. Pero, con el
último aparato de la empresa RETSIS GIB, algo comenzó a cambiar de forma
radical.
Las personas que lo adquirían, al
usarlo, notaban que se encontraban mejor. Cada vez que realizaban una llamada o
entablaban largas conversaciones, ya fuera con sus amigos o conocidos, o con
cualquier otra persona, su estado de ánimo cambiaba. Y esta sensación la percibían
tanto aquellos de naturaleza triste o depresiva, como los normalmente alegres y
optimistas. Todos contaban las excelencias del teléfono. Así, sus ventas se
dispararon y, de forma rápida, sustituyeron a todos sus competidores.
Las empresas de publicidad y mercadotecnia
no entendían aquel efecto novedoso en la población, ya que lo ofrecido por el reciente producto era similar al de otros móviles. Además, la empresa RETSIS
GIB no invertía absolutamente nada en la promoción de su teléfono estrella. Sus
ventas se basaban exclusivamente en el “boca-oreja” de los consumidores.
Cuando había pasado un año de la
salida al mercado de aquel móvil, tuvieron lugar las elecciones generales. Y,
sorprendentemente, consiguió mayoría absoluta un partido político minoritario y
de reciente creación. La población votó de forma masiva por aquel candidato casi desconocido y que había tenido muy pocas intervenciones públicas
en radio y televisión.
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Él trabajaba como profesor de
Física y Química en un instituto de una pequeña ciudad. Y le gustaba practicar
lo que llamaba “ciencia de base”. Investigar con sus alumnos ciertos fenómenos
o curiosidades para hacer sus clases más atractivas y amenas.
Fue durante uno de estos experimentos
como descubrió lo que ocurría. Estaba mostrando el funcionamiento de un aparto
detector de ultrasonidos a sus alumnos, para que pudieran escuchar a los
murciélagos. Cuando un alumno se puso a hablar por el móvil de moda, el aparato
detector de ultrasonidos registró unas extrañas señales. El profesor las
amplificó y, asombrosamente, todos los que estaban en el laboratorio notaron
una sensación de bienestar que no sabían explicar. Algo placentero sucedía en
lo más profundo de su cerebro.
Si, además, dejaban el móvil en
modo “manos libres” y alguno de los presentes nombraba al recién elegido
presidente del gobierno, la sensación de euforia se incrementaba, y lo
contrario ocurría al citar el nombre de cualquier político de la oposición.
Como buenos científicos,
comenzaron a experimentar. Comprobaron que al utilizar palabras como robo,
estafa, guerra, arma, muerte, asesinato o terrorismo, la máquina emitía sonidos
que causaban desasosiego, intranquilidad o tristeza, y lo mismo ocurría con los
términos protesta, huelga, manifestación, o sindicato.
En cambio el sonido era
diferente, y en este caso producía sensación de agrado, placidez y hasta de
euforia cuando se pronunciaban términos como legalidad, trabajo, esfuerzo,
impuestos, policía, autoridad, gobierno, ministro o presidente. Pero, con
diferencia, la mayor sensación de bienestar se experimentaba al citar por su
nombre al recién elegido presidente del gobierno.
Benno von Archimboldi: “Exotéricos y esotéricos”