sábado, 28 de diciembre de 2013

Virus



¿Qué debo hacer?


El primer año murieron seiscientas personas. Nadie le dio mucha importancia. Algo así ocurría periódicamente debido a enfermedades estacionales, como la gripe o el resfriado común.

En los doce meses siguientes se registraron decenas de miles de fallecidos y, curiosamente, las víctimas se repartían de igual manera por todos los continentes. Los científicos y las grandes empresas farmacéuticas comenzaron a investigar, tratando de conseguir una vacuna eficaz contra aquel virus que, de forma fulminante, acababa con la vida de cualquier ser humano, desde un recién nacido hasta un anciano.

Familias enteras enfermaban de la noche a la mañana, y el resultado siempre era el mismo: la muerte de todos sus componentes antes de finalizar el séptimo día posterior al contagio.




El pánico se extendió por todo el planeta y las autoridades intentaban tranquilizar a la población, afirmando que la dolencia se transmitía de forma diferente de unas personas a otras. Así, aseguraban, gran cantidad de médicos y personal hospitalario, que había cuidado y tratado a numerosos pacientes, no había contraído la infección. El virus, decían, solo podía matar a individuos con unas características genéticas especiales. Si usted o sus familiares, decían, no presentaban esos genes, no debían preocuparse.


Pasados cuatro años, el número de habitantes en todo el planeta había caído en picado. De los cerca de siete mil millones de personas que poblaban la Tierra, solo quinientos millones habían sobrevivido. Las grandes multinacionales farmacéuticas apenas habían conseguido identificar al virus. Descubrieron su composición química, y declararon que se trataba de algo totalmente novedoso. En toda la historia de la medicina jamás se había visto algo con aquellas características. Se trataba de microbios formados totalmente por ARN. Este componente químico se encontraba tanto en su parte interna como, y esto era lo extraño, en su envoltura exterior.



Algo realmente curioso fue que solo habían resistido al patógeno personas de las clases media y alta. Y, de éstas, solo gente formada y con ideas liberales. Personas cultas, instruidas, de mente abierta y sin prejuicios. Además, resistió la infección un porcentaje equitativo de cada raza, color de piel o tipo humano. Pero ni una sola familia de clase baja o desfavorecida consiguió sobrevivir.


Pasada la terrible y traumática fase mortífera, los resistentes a la plaga decidieron organizarse creando un único país para todo el planeta, dividido en cuatro regiones. De ellas, dos tenían su localización en el hemisferio Norte y otras dos en el Sur.

La nueva situación supuso una vuelta al estado natural de gran parte de los continentes y océanos. Muchas especies en peligro de extinción se recuperaron y los mares volvían a bullir con enormes poblaciones de peces y mamíferos. Bosques casi exterminados y zonas totalmente deforestadas recuperaron su antiguo esplendor. La selva, en todo el mundo, recuperó territorios que le habían sido robados, e incluso lugares como España, Gran Bretaña o el centro de Europa se cubrían ahora de extensas robledas y encinares.




La alimentación dejó de ser un problema para la humanidad. Había sanidad y educación públicas y gratuitas para todo el mundo. La obtención de recursos, para satisfacer las necesidades de esta magra población, era muy sencilla. Además, con la ayuda de un pequeño número de robots y maquinaria automatizada, el trabajo manual era innecesario. La producción de energía se realizaba empleando únicamente fuentes renovables y, por tanto, sin emisiones de gases tóxicos. La producción del dióxido de carbono y gases contaminantes disminuyeron de tal manera que dejó de aumentar el calentamiento global debido al efecto invernadero producido por el hombre.


Ya han pasado 82 años de la infección. Yo soy un científico especializado en virología y, revisando antiguos documentos de mi laboratorio, encontré información encriptada. Pregunté a varios colegas si conocían aquel lenguaje y ninguno respondió afirmativamente. Dos meses después, empleando distintos programas avanzados, conseguí descifrar los textos y me quedé asombrado al leer los informes. Allí se relataba el maquiavélico plan urdido para modificar el futuro de la especie humana.


Alguien muy poderoso, o un gobierno, o una agrupación multinacional muy influyente, había decidido que, por el bien de la Tierra era necesario reducir el número de sus habitantes, y para ello crearon el virus y provocaron la pandemia. Previamente produjeron gran cantidad de vacuna, líquida y absorbible por vía digestiva, que fueron distribuyendo por todo el planeta, entre grupos sociales elegidos sin que éstos fueran conscientes de lo que ocurría.


Una vez vacunaron a la población escogida, liberaron el mortífero virus sabiendo que, debido a su pequeñísimo tamaño y a sus características especialmente diseñadas, se transmitiría rápidamente a través del aire, afectando exclusivamente a los humanos no vacunados.

¿Qué debo hacer? ¿Doy a conocer lo que he descubierto o destruyo todos los documentos que certifican que el gran nivel de vida del que disfrutamos y la vuelta a los parámetros normales de la Tierra se deben a un terrible holocausto?



Venno Von Archimboldi: “Nueva Coruña”

lunes, 16 de diciembre de 2013

Rande

“Pero volvamos a él que, por el año que comienza esta relación, 1696, fue nombrado virrey de Nueva España, continuando un gallego en tan importante cargo, pues le habían antecedido otro Sarmiento, como su familiar el conde de Salvatierra y don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, como visorrey de Perú.



A nadie en la corte extrañó su nombramiento pues otros cargos de relumbrón ya había mantenido y nunca los había resignado, antes bien, el siguiente siempre fue mayor que el anterior y por no fatigar más el papel no los enumeraré, no siendo los menores los de gran limosnero real y gentilhombre de cámara de aquel desgraciado monarca Carlos II, al que por burla llamaban Carolus Rex, como a su tatarabuelo, el César Carlos. Más de una y dos veces debió mi amo atacar la real pretina y contaba que solo el recuerdo ilustre de otros antepasados le hacía olvidar su miserable presente: allí se le representaba el emperador y el gran Filipo II y tantos gestos nobles y galantes frente a la innoble pepla, mojada y minúscula; en fin, reverencia, que obviaré tales episodios para deciros que don José Sarmiento había matrimoniado con la tercera condesa de Moctezuma y Joffre, doña Mercedes Luisa, última descendiente del linaje del emperador azteca y la primera mestiza y virreina de México, aunque a ella hasta su muerte le gustó llamarse reina. Tenía esa manía. No era bella, pero sí linajuda y a mi señor la vieja sangre de don García el Chivo le seguía pidiendo reconocimiento, nobleza y poder. Además el matrimonio era puerta para otras mercedes mayores y el virreinato de México se imponía por apellido. Después la buena señora se moriría de sobreparto y la duquesa de Sesa, doña María Andrea de Guzmán, nieta de virreyes en Nueva España, casaría con mi amo; era señora de pujos de grandeza y gran rezadora, afición que poco interesaba a mi amo más entregado a asuntos mundanos y muy mundanos…




Fueron tiempos menguados los amenes del pasado siglo para nuestras tierras de Nueva España, pero mi amo gobernó con mano más bien pesada aquellos siempre indómitos reinos. No tuvo un buen comienzo en su estadía, pues llegado a Ciudad de México se cayó del caballo cuando hacía su entrada triunfal y fue la rechifla de toda la concurrencia; se leyó como señal de mala suerte el lance, pero mi amo el conde llevaba al pecho una higa gallega que le protegía de todo mal y se juró que en los tres años que durara el mandato no pasaría ni un solo día sin cumplir su voto: sangrar a impuestos a todos aquellos que ahora se reían, desde el más alto noble hasta el más ínfimo hidalgo y aquellos indios bisojos que se burlaban del gachupín también tendrían su ración de tralla hasta que acopiara tanto oro como tenía el tesoro de su antecesor, el emperador Moctezuma, y con el sobrante llegaría para herrar, estribar y enjaezar al cabrón de caballo que le había derribado y a todas las monturas de su guardia personal. A fe que lo cumplió con creces, pues un hombre de su garabato no merecía acabar por los suelos el primer día.


Era el conde mi amo enemigo de pelucas y siempre aparecía vestido a la antigua con la melena gris partida, nazarena, bigote engomado y perilla a la portuguesa. Traje negro ajustado y cuello blanco de degollado, esto es, amplio y almidonado, que parecía plato con cabeza como san Juan Bautista, ropilla negra y fuerte pantorrilla sin relleno que envidiaban viejos y mozos y comentaban mujeres de toda edad. Vestía a la antigua, a la contra francesa, se decía entonces, como exigía la nobleza de su casa. Ojos vivos y un poco malignos, frente oceánica, boca y manos sarmentosas y fuertes.

Era mi don José hombre de principios y de gran fidelidad a la corona y a sus protectores; como buen gallego era cauto y previsor. Desde sus primeras disposiciones supo rodearse de un grupo de fieles para llevar a cabo con bien su principal misión que era la de proveer y aprovisionar la Flota de la Plata que llegar debía un año más tarde o dos a lo máximo. Era más que mediano marino, pues nacido en Redondela era el agua su elemento y de los que le acompañamos unos cuantos eran hombres de mar, por decirlo mejor gente de la ría de Vigo, desde Bayona hasta Cangas, más piratas que pescadores y con los que había ajustado un buen salario como defensores directos de su persona. Pronto se ganó la fama de no consentir corso en mares mejicanos y de enemigo de los piratas ingleses pues a los que capturaba daba prisión y garrote en La Habana en un presidio que comenzaron a llamar, por mal nombre, el Chupadero. Voces mal intencionadas decían que quien allí entraba ya no salía; yo creo que era hablilla especiosa que corrió el inglés por desacreditar a mi amo. 
Aunque los acontecimientos se aparejaban mal en Europa por la sucesión al trono de España con la guerra en las puertas, mi amo siguió con su labor e incluso quiso continuar descubriendo tierras y mandó alguna expedición a evangelizar las tierras de una isla más al norte y que después se descubrió ser península y mandó misionear por aquellas nuevas tierras a las que ahijó con un nombre sonoro y de empuje que encontró en una novela de caballerías llamada Las Sergas de Esplandían, ello es así que a esos territorios los llamó California.”




Fernando Bartolomé Benito: “La plata ensangrentada”

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Calzado



“Uno tiende a estar de acuerdo consigo mismo, pero a veces exagera. El acuerdo total con lo que uno piensa o hace es el germen del desprecio al otro o al argumento del otro. Y el epítome dialéctico de esta tendencia del ego acostumbrado a decirse sí es la demagogia.





El colmo de esta tendencia a exagerar el acuerdo con uno mismo es la sandalia esa que hemos visto en el Parlament de Catalunya. El hombre que la blande está de acuerdo consigo mismo hasta tal punto que considera lícito servirse de tal calzado, que esgrime como un arma, para introducirse en la historia del otro y resumirla con el adjetivo con el que lo despide. Le dice: “Adiós, gánster”. Antes le ha preguntado si siente miedo. Es consciente, pues, de que puede amedrentarle, y herirle con sus gestos y palabras.


Usted es un gánster, le deja dicho. Se despide, pues, de un delincuente. O sea, él ya ha juzgado; el hombre que tiene delante no está allí en juicio ni el hombre que blande la sandalia es un juez, ni siquiera un fiscal; es un parlamentario; está allí ungido para que hable y escuche; entre los útiles que recibió cuando ocupó ese escaño no está, seguramente, esa sandalia, y es improbable también que se le hayan procurado útiles distintos de los que cualquiera tiene en un pupitre.

 



 Pero él se agrandó sobre sí mismo y decidió juzgar y amenazar. No me ha parecido bien. En realidad, no me parece bien ninguna clase de insulto; pero ahora parece que corre la especie de que el insulto es también una opinión. No es una opinión: es una agresión, aunque se haga sin sandalia. Quien insulta demuestra una estima muy alta de sí mismo; a partir de ahí no necesita información del contrario; si tiene público, además, recibirá de los otros que están con él, pues requiere aprobación, aplauso, la reverencia que se ofrece a los héroes autoimpuestos. Qué bien has estado, cabrón. Si el insulto contiene, además, alguna comprobación física (es que el tipo, además, es un enano, y mira cómo ha engordado, dale duro) para que la burla sea tan brutal como merece el contrario.
   



Por esa vía hemos llegado a la sandalia. Se ha estimulado ahora la sensación de que eso no se hace en un Parlamento, como si se pudiera hacer en la calle. Como si uno fuera por esos mundos con una sandalia en la mano para afear al taxista que te cobre de más o al panadero que te da un pan de la víspera. La sensación que a mí me produjo el hombre de la sandalia es la misma que me producen mis colegas, o yo mismo, cuando nos subimos al pedestal desde el que oteamos las falacias ajenas como si nosotros, el que escribe esta columna, otros que tienen igual privilegio, no hubiéramos recurrido a veces a la demagogia, con o sin sandalia; ¿somos perfectos incluso con la sandalia en la mano? La sandalia de este parlamentario es un objeto que se pone en el pie (qué cuento haría Cortázar de la sandalia fuera del pie), pero que él lleva en la mano. Esa dislocación de la sandalia es lo que la pone en el sitio del insulto. El hombre debería pedir disculpas y luego ponerse a buscar entre los papeles y las cifras el argumento que quería decir antes de que se decidiera por el nefasto argumento de la sandalia”.




Juan Cruz: “La sandalia”.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Prótesis.


--Caballero ¿quiere usted hacerme el favor de recogerme la pierna izquierda, que se me ha caído?


En el suelo había una muleta pintada alegremente de amarillo. Miré al que me había hablado. Era un hombrecillo rechoncho, de mediana edad, que me sonreía con aire malicioso. A primera vista no ofrecía mayor interés que uno de esos budas barrigudos que están sobre los pianos o sobre las mesas de casi todas las casas. Pero considerando más atentamente se advertían en él algunos detalles que no es frecuente encontrar en el hombre, tal como se le ve habitualmente… Su pierna izquierda se acababa en la rodilla, y de la derecha no creo que le quedasen más de siete centímetros. Disponía únicamente de un brazo, y aun éste no tenía completos los dedos. La frente aparecía deprimida por una ancha cicatriz.






--Muchas gracias –dijo el hombre cuando coloqué la muleta a su alcance--. Siento mucho molestar a la gente, pero… no hay más remedio… ¿Tiene usted un cigarrillo?... ¿Y una cerilla?... Enciéndala. Gracias otra vez. Es usted muy amable; tanto que voy a darle un buen consejo. Cuando acabe ese bock, no beba más cerveza. No sirve para otra cosa que para molestar el riñón y, a no ser que tenga muy serios motivos particulares para ello, un hombre no debe nunca molestar inútilmente sus riñones. Pida un “Rasputín”. Es una mezcla a partes iguales de ron y café, pero en este bar no lo saben, y siempre echan más ron que café. ¡Bendita ignorancia!... ¿A ver: un “Rasputín” para este caballero!


Tragué aquel brebaje. El hombre mutilado me preguntó:




--¿Qué tal?


--Cosa buena –carraspeé--. Muy reconocido…

--No vale la pena. Otro cualquiera le pediría a usted algo grande por ese favor. A mí, con que me convide usted a beber otro…, tan amigos…

Bebimos otro. Entonces le dije mi nombre y mi profesión. Tomamos un tercero y le narré mi infancia con todos los detalles que aún recuerdo y acaso algunos nuevos que me parece haber inventado. Pero al pedir el cuarto “Rasputín” abandoné bruscamente el tema, a pesar de la amable atención de mi vecino, para referirle lo que me había ocurrido aquella tarde. En aquel momento adoraba a Natalia, y no pude dejar de verter algunas lágrimas.

--No llore usted –dijo el mutilado--, porque ya le sale el ron por el ojo izquierdo y se va a manchar la chaqueta.

--¿Qué me importa ya la chaqueta! –gemí.

--Eso es otra cosa –reconoció él entonces.

   



Volvió a pedirme un cigarrillo y comentó:


--Le ha contado usted su historia al hombre que mejor puede comprenderla, porque yo soy de los que creen que no hay nadie en el mundo en cuya vida no juegue un papel decisivo un automóvil. Muchos dolores y muchas alegrías se le deben. Antes se decía: Churchil la femia.

--Cherchez la femme –corregí.

--Es igual. El caso es que antes se decía que la mujer era la causante de todo, y hoy debe aconsejarse: Cherchez l’auto… Usted pierde el amor de una mujer por no tener un coche, otros pierden la vida por poseerlo, yo me la gano porque lo tienen los demás… Siempre hay un auto por el medio…

--¿Es usted chófer?

 





--No. Yo he sido marino. Mi verdadera vocación es la de marino. Pero tuve la desgracia de nacer en Madrid y nunca pude salir de este sitio. Ahora, las ocasiones que se presentan a un marino para hacer carrera en Madrid puede decirse que son casi nulas. Para un marino de corazón, esto está muy mal. Yo llegué a pasar hambre. Un hambre terrible. Ofrecía mis brazos y nadie los aceptaba. Un día me atropelló un automóvil. Me llevaron al hospital, me curaron y me dieron una pequeña indemnización. Entonces yo adiviné un porvenir en aquel accidente. Cuando se me acabaron los cuartos me hice atropellar otra vez. Tuvieron que amputarme la pierna izquierda por la rodilla. Me la pagaron bien: tanto como no creí yo que valiese. Viví algún tiempo así…


--Comiéndose la pierna.

--Comiéndome la pierna, exactamente. Y cuando no quedaba ya ni una astilla del hueso, pues… ¿qué iba a hacer yo?..., me tumbé ante otro auto. La segunda pierna me obligó a un regateo terrible, porque la tasaron en una miseria. Estuve muy digno. Dije que yo podía regalar una pierna tan buena como cualquier otra y que, para mí, ofrecía el mérito de ser ya la única. Al fin pagaron. Y pasé otra temporadita. Después hubo que sacrificar el brazo izquierdo.






--Y unos dedos del otro.


--Sí; eso fue un día que salí de casa sin dinero y me hacían falta veinte duros. Me dejé aplastar el dedo meñique por un automovilista primerizo. Pagó en el acto. Pero pronto se me planteó el problema más serio que puede acongojar a un hombre. Mi cuerpo se iba acabando poco a poco y me exponía a terminar el negocio en el cementerio. Adquirí la experiencia necesaria para sufrir contusiones de poca importancia; pero, naturalmente, pagaban poco por ellas. Ya estaba resuelto a quedarme con la cabeza y el tronco nada más, cuando me llamó el director de una compañía aseguradora. “Amigo Mouriz –me dijo--, hemos pagado por usted mucho más de lo que usted vale. Su carne debía, en realidad, adquirirse al peso, según tarifa de carnicero, y sus huesos no sirven ni para hacer botones. Para resarcirnos de algo hemos fabricado cuarenta boquillas de cigarrillos con las tibias de usted, y ésta es la hora en que no se ha vendido ni una. ¿Usted se ha propuesto seguir fragmentándose?” “Hay que vivir, señor director”, confesé. “Sí, sí, hay que vivir; pero nuestras acciones bajan por su culpa. Le he llamado para ofrecerle una transacción. ¿Le conviene una plaza de portero en nuestras oficinas?” Discutí, mejoró sus proposiciones y terminé por aceptar. Ahora vivo más cómodamente, y le aseguro que no me gustaría volver a verme debajo de un coche.



Wenceslao Fernández Flórez: “El hombre que compró un automóvil”

 

sábado, 19 de octubre de 2013

OMBLIGO

“El ombligo ha ocasionado ciertos problemas en círculos religiosos. Para los que creen en la verdad literal de los antiguos textos religiosos hay un espinoso problema sobre si los primeros seres humanos poseían ombligo. Si estos seres fueron creados por la deidad en vez de nacer de una mujer, presumiblemente no hubo cordones umbilicales y por lo tanto, tampoco ombligos. A los artistas primitivos se les planteó el dilema de decidir si incluían o no ombligos en sus pinturas de Adán y Eva en el Jardín del Edén. La mayoría de ellos optaron por hacerlo y sin duda inventaron sus propias razones para la existencia de esos primeros ombligos, pero su decisión condujo a un problema incluso mayor: puesto que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen, Dios también debía tener ombligo. Naturalmente, esto suscitó la cuestión más misteriosa: ¿quién dio a luz a Dios?




 Los turcos han encontrado su propia y extraña solución al problema del primer ombligo. Tienen una antigua leyenda que explica que, después de que Alá creara al primer ser humano, el Diablo estaba tan furioso que escupió en el cuerpo del recién llegado. Su saliva aterrizó en el centro del vientre y Alá reaccionó rápidamente quitando la mancha corrompida, para evitar que se extendiera la contaminación. Su amable acción dejó un pequeño agujero donde había estado la saliva y aquel agujero fue el primer ombligo.






 Para algunos, las posibilidades eróticas del ombligo femenino han alcanzado proporciones fetichistas. Una organización que se autodenomina Observatorio del Ombligo de Estados Unidos ha elaborado una clasificación completa de este pequeño detalle de la anatomía femenina. Para ellos no basta con la sencilla división del ombligo en verticales y redondos. En un informe titulado “Arquitectura del ombligo”, reconocen no menos de nueve formas distintas, a saber:



--“La hendidura vertical”, una clase de ombligo raro, elegante, femenino y erótico.


--“El ombligo navette”, un acusado alargamiento vertical, pero más ancho en la parte central. Recibe el nombre por una piedra preciosa cortada en navette.

--“El ombligo triangular”, una forma corriente, pero considerada hermosa; con forma de triángulo invertido con los lados convexos. A menudo con un profundo surco desde el vértice al interior.

--“El ombligo de forma almendrada”, considerado por los japoneses como la cima de la belleza umbilical.

 


--“El círculo”, una clase de ombligo raro en la actualidad, el ombligo perfectamente redondo.


--“El oval”, uno de los tipos más corrientes.

--“El ombligo ojo de gato”, de forma más horizontal que vertical, lo que le da apariencia de un ojo.

--“El ombligo de grano de café”, un ombligo “hacia dentro” oval y poco profundo, con dos salientes de carne en su interior. Una combinación del ombligo “hacia dentro” y del ombligo “hacia fuera”.

--“El ombligo perforado”, el ombligo mutilado moderno.



Un simbolismo por completo diferente otorga al ombligo rango de centro del universo y en este papel más noble es en el que lo contemplan los ascetas budistas. “Mirarse el ombligo” ha sido a menudo mal interpretado, como una forma de meditación introvertida y egocéntrica cuando de hecho es exactamente lo contrario. Es un intento de borrar lo individual centrándose en todo el universo por medio de su punto central”.




Desmond Morris: “La mujer desnuda”.

jueves, 5 de septiembre de 2013

La tiranía del trabajo

“¿Me permite el lector que yo le dé mis opiniones sobre la cuestión social? Para mí, toda la cuestión social se reduce a una sola cosa: que el hombre no quiere trabajar y que es preciso que trabaje. El hombre no quiere trabajar doce horas, ni ocho, ni cinco, ni dos; no quiere trabajar en un trabajo desagradable ni en un trabajo agradable; no quiere trabajar absolutamente nada. Pretender establecer el trabajo colectivo como base de la sociedad futura me parece, por lo tanto, un absurdo.





 Toda la civilización no es más que una lucha desesperada del hombre para no tener que trabajar. Si se han inventado máquinas, si se han canalizado ríos, si se han domesticado animales y si se han blanqueado negros, ha sido con el único objeto de que los negros, los animales, los ríos y las máquinas trabajasen por nosotros.




--¡Lo que inventan los hombres pa no trabajar! – decía el baturro del cuento viendo cómo un pintor copiaba el paisaje.


Y, en efecto, los hombres han inventado mucho y han trabajado rabiosamente para emanciparse de la horrible esclavitud del trabajo. Han creado el Arte, la Ciencia, el papel moneda y hasta algunas enfermedades infecciosas…

Claro que los obreros hacen bien en pretender que todo el mundo trabaje. Cuando trabaje todo el mundo, cada hombre trabajará menos, y el dolor de los más será atenuado, pero…

 



 Pero en la sociedad actual uno tenía siempre una esperanza de liberación, y en la sociedad futura no la tendrá nadie. El mal será menor, pero lo hará parecer mil veces mayor su carácter de mal ineludible. Hasta ahora, uno podía siempre pensar, según sus aptitudes o sus aficiones, en cometer un crimen, hacer una estafa o instalar una fábrica de vidrio y salvarse. Salvarse a costa de los otros; pero salvarse al fin. Mañana, en cambio, no habrá posibilidad de salvación para ninguno de nosotros. Todos tendremos que trabajar seis horas o cuatro horas o dos horas; pero tendremos que trabajar, y la cuestión social seguirá en pie.






Hasta que unas máquinas maravillosas nos lo hagan todo… y mientras no se den cuenta de que las explotamos.”






Julio Camba: “La rana viajera”

jueves, 20 de junio de 2013

Secretos

“Señoras y señores:


La propia palabra “secreto” es repugnante en una sociedad libre y abierta, y nos hemos opuesto intrínseca e históricamente a las sociedades secretas, a juramentos secretos y a procedimientos secretos.

 

Porque nos enfrenta en todo  el  mundo a una conspiración monolítica y despiadada que se basa principalmente en medios encubiertos para expandir su esfera de influencia basada en infiltración en lugar de invasión, en subversión en lugar de elecciones, en intimidación en lugar de libre elección.
   


Es un sistema que ha conscripto vastos recursos humanos y materiales para construir una máquina eficaz, estrechamente tejida, que combina operaciones militares, diplomáticas, de inteligencia, económicas, científicas y políticas.


Sus preparativos son ocultos, no se hacen públicos; sus errores son quemados, no salen en los periódicos; sus disidentes son silenciados, no elogiados. No se cuestionan los gastos, no se publican los rumores, no se revelan los secretos.    




Es por eso que el legislador ateniense Solon decretó como delito que los ciudadanos se aparten de las controversias. Pido su ayuda en la tremenda tarea de informar y alertar a la población norteamericana confiando que con su ayuda los hombres serán como han nacido, libres e independientes.”
   



John Fitzgerald Kennedy


Asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963.

viernes, 7 de junio de 2013

Preutopía




“A  Renda Básica é un concepto moi sinxelo. Consiste no dereito que ten cada cidadán a percibir unha cantidade periódica para cubrir as súas necesidades materiais, sen ningunha condición que as limite. É dicir, unicamente polo mero feito de nacer, pola singular razón de existir, a sociedade está obrigada a proporcionar a cada ser humano os medios materiais que garantan o benestar social que necesita para sobrevivir con dignidade. Esta cantidade irá: a) a cada persoa individualmente e non as familias; b) será independente de calquera outro ingreso que se perciba; c) sen a necesidade de ter un emprego asalariado, un emprego anterior, nin tampouco estar obrigado a aceptar un emprego se lle fose ofrecido.[…]




A vantaxe principal da Renda Básica reside na seguridade e liberdade que proporciona a todos os cidadáns saberse acredores a unha renda que garanta que as súas necesidades materiais máis elementais van quedar cubertas permanentemente. E que esta lles é debida por un dereito de cidadanía, independentemente de calquera outra circunstancia. […] O cal suporá un incremento da liberdade real das persoas. […]


Como sinala E. Van Parijs, así a persoa “é realmente libre en oposición precisamente a ser formalmente libre, na medida en que se posúen os medios, non só o dereito para facer calquera cousa que un puidese querer facer”. A Renda Básica asegura ás persoas un mínimo de subsistencia que lles permite escoller entre traballar ou non e, polo tanto, permite unha mellor planificación persoal da vida.[…]

 
    A cantidade a percibir polos cidadáns será equitativamente a mesma para todas as persoas, con total independencia da idade, os ingresos, o xénero, etc. E a contía a percibir que propoñemos será, como mínimo, a definida polo limiar da pobreza, equivalente ao 50% da renda per cápita.[…]

Non obstante, non todas as necesidades se resolven a nivel individual, senón que requiren a existencia de bens colectivos (por exemplo sanidade e educación públicas). Por iso, a nosa concepción da Renda Básica supón reforzar tamén a provisión destes. Con este obxectivo proponse que, das achegas totais dedicadas ao Fondo de Renda Básica, se dedique unha parte á satisfacción das necesidades colectivas en lugar de á distribución individual.[…]

 


En Alaska, unha parte do valor da explotación petrolífera está dedicada a dar unha Renda Básica á poboación residente.[…] Dende 1951, Canadá, mediante o programa de seguridade social para a terceira idade, paga unha pensión universal a todas as persoas a partir da idade de 65 anos, e sen máis condición que ser cidadán canadense ou residente legal (trátase dunha medida parcial en canto que introduce unha limitación por idade). […] No País Vasco o parlamento aprobou a Carta de Dereitos Sociais, na cal garante unha renda mínima mensual do 75% do Salario Mínimo Interprofesional a todas as persoas maiores de 25 anos dende o 2001.[…]
   


A Renda Básica supón unha rede de seguridade que permite ao cidadán e ao traballador defenderse mellor da continxencia dun despedimento libre e gratuíto; da arbitrariedade e a incerteza que a patronal exerce a través dos contratos temporais, e tamén lle proporciona unha maior capacidade para negociar colectivamente niveis salariais, condicións de traballo, vacacións, horarios, mobilidade xeográfica, flexibilidade e demais factores do mercado de traballo.[…]


Así mesmo, a Renda Básica aplicada como dereito cidadán, mellora as posibilidades de desenvolvemento das mulleres ao facer posible a súa independencia económica a todos os niveis. A Renda Básica fomentará a igualdade da muller e o home no mercado de traballo.[…]

   


Nas sociedades desenvolvidas, opulentas, chegou a hora de que o traballo asalariado, individualmente considerado, deixe de ser a base e a obriga da supervivencia material de cada cidadán. Como tamén chegou o momento de deixar de identificar a responsabilidade social e cidadá co feito de ter un traballo asalariado. En lóxica, nin o traballlo asalariado necesariamente representa un orgullo de ser útil á sociedade, nin tampouco que se haxa que continuar flaxelando co traballo para redimirse do pecado orixinal. A libre vontade de considerar o traballo, ou a actividade laboral, como fonte de mortificación e explotación persoal debe quedar reducida exclusivamente á decisión persoal de cada cidadán.”






José Iglesias Fernández: “Que é a Renda Básica das Iguais?”

viernes, 17 de mayo de 2013

VENGANZA



--¿Es verdad que una vez dominamos el mundo? ¿Qué hubo una época, hace muchos años, en la que solo nosotros existíamos sobre la Tierra?


--Sí, es cierto.

--¿Y que aún no llegaran esos ladrones de terreno que utilizan sus trampas y artimañas para restringir nuestros movimientos?

--Exacto.

--Pero, ¿cómo nos dejamos avasallar de ese modo? ¿Es que nadie se percató de lo que sucedía?




--Nuestros antepasados, al principio, consideraron a los nuevos como algo pasajero, simples advenedizos sin futuro que desaparecerían con los años. Por ello no reaccionaron durante mucho tiempo.


Poco a poco comprobaron que el espacio vital del que habían disfrutado durante generaciones menguaba, que cada nuevo ser que aparecía sobre los continentes, les segregaba o les utilizaba como alimento.

   


Cuando solo quedaba una ínfima cantidad de especies de nuestro tipo, llegó la primera respuesta. Al fin decidieron contraatacar, y hacerlo comenzando por los vivos que se mueven, pues sabían que así también se librarían de gran cantidad de advenedizos: esos prepotentes de flores y semillas.


Concentraron en sus cuerpos sustancias que a los demás les resultaran cancerígenas y los comedores de hierba y muchos comedores de carne, como efecto colateral, cayeron eliminados. Esto bastó para incrementar notablemente nuestro espacio vital, pero algunos malditos seres móviles aprendieron a identificarnos. Ya no se alimentaban de nosotros, pero ellos no morían.

 


El siguiente paso consistió en excretar veneno, líquido y gaseoso a través de las hojas y de las raíces. Solo los nuestros podían soportar tales concentraciones venenosas y, al reducirse el número de los floridos advenedizos, también cayeron nuevos comedores de verde provocando cambios inmensos en los ecosistemas.


--Pero todavía queda el vivo móvil peor de todos: el que construye máquinas y emplea herbicidas. ¿Seremos capaces de vencerle?

   


--Ya lo creo. En la última asamblea decidimos concentrar altas dosis del tóxico mutágeno en nuestras esporas. Como sabes, solo el uno por ciento de ellas se transforma en nuevos descendientes. Las demás se pierden y muchas de ellas son inhaladas por los vivos que se mueven.


Así, lentamente, durante varios millones de años, contaminaremos la atmósfera con esporas malignas, dotándolas además de mayor poder de flotabilidad en el aire. Las corrientes atmosféricas las esparcirán por todo el planeta y, nuevamente, nosotros, los helechos, los primeros vegetales con tejidos, volveremos a dominar la Tierra.





    Benno von Archimboldi: "Cormófitos Pteridófitos"

miércoles, 8 de mayo de 2013

CHINA


“La muerte de mi madre me ayudó a convencerme de que deberíamos contentarnos con lo que tenemos y no esforzarnos por conseguir más de lo que debemos. Si todo el mundo estuviera en la cima, ¿quién iba a sujetar la base? Si todo el mundo fuera a la ciudad para divertirse, ¿quién se quedaría en casa plantando las cosechas?



Cuando el Anciano que está ahí arriba creó a los hombres, utilizó diversas materias primas. La de mejor calidad fue para los oficiales, la de calidad media fue para los trabajadores y lo que quedó lo empleó para crearnos a nosotros, los campesinos. Tú y yo estamos hechos de retales y tenemos suerte de seguir vivos. ¿No es cierto, Cuarto Tío? Es como esa vaca tuya, por ejemplo. Tiene que empujar tu ajo y, para colmo, tiene que cargar también contigo. Si reduce el paso, recibe una buena ración de tu látigo. Las mismas normas rigen a todas las criaturas vivas. Por esa razón tienes que aguantar, Cuarto Tío. Si lo consigues serás un hombre, y si no, te convertirás en un fantasma.




Hace unos años, Wang Tai y sus amigos me hicieron beber mi propia orina, eso fue antes que Wang Tai llegara al poder, así que apreté los dientes y lo hice. No fue más que un poco de pis, sólo eso. Las cosas por las que nos preocupamos sólo están en nuestra cabeza. Nos engañamos a nosotros mismos al creer que somos puros. Esos médicos con sus batas blancas, ¿son puros? Entonces, ¿por qué comen la placenta? Piénsalo por un momento: vete a saber de qué parte de la mujer sale eso, lleno de sangre y todo, y sin siquiera lavarla, la cubren con ajo picado, sal, salsa de soja y más cosas, luego la fríen un poco y se la comen. El doctor Wu se quedó con la placenta de mi esposa y cuando le pregunté qué tal sabía, dijo que era como comer una medusa. Imagínatelo, ¡una medusa! ¿Habías oído alguna vez algo más asqueroso?




Así que cuando me dijeron que me bebiera mi propio pis, me lo tragué todo, una botella entera. ¿Y qué pasó después? Pues que seguía siendo el mismo tipo, todo seguía en el mismo sitio. El secretario Huang por entonces no se bebía su propia orina, pero cuando años más tarde contrajo cáncer se comía crudas las víboras, los ciempiés, los sapos, los escorpiones y las avispas, “hay que combatir el fuego con el fuego”, decía, pero lo único que consiguió fue prolongar su lucha durante seis meses antes de exhalar su último suspiro.”






Mo Yan: “Las baladas del ajo”