“En cuanto a las distancias
que nos separaban y nos unían, lo más que puedo decirte es que también fueron
incontables. Había veces en que los dos amanecíamos acostados el uno frente al
otro y entonces entre mi nariz y la de mi prima había unos veinte centímetros
de distancia que primero perdían el cero para transformarse en dos y después
perdían el dos para transformarse en cero.
Otras veces, sin embargo, cuando discutíamos y
nos dábamos la espalda, entre mi nariz y la suya había cuarenta mil kilómetros
de distancia que podían medirse a partir de la punta de mi nariz, trazando una
línea recta que siguiera la curvatura de la Tierra por arriba de las montañas,
de los valles, de las fábricas de lápices y de las chimeneas de los buques,
hasta encontrarse con la punta de la nariz de Estefanía.
En otras ocasiones, yo medía los siete
centímetros de mi dedo cordial y le introducía a mi prima seis y medio. Ella me
besaba entonces treinta de mis cuarenta milímetros de labios. Yo le lamía un
centímetro redondo de pezón. Se metía ella en la boca dos pulgadas cilíndricas
de mi miembro. Le contaba yo diez lenguas de su lengua a sus muslos.
Se tragaba ella dos centímetros cúbicos de mi
esperma. Le mordía yo una pulgada esférica de nalga. Calculaba ella veinte
besos de mi ombligo a mi rodilla derecha. Le saboreaba yo tres dedos lineales
de saliva. Me prometía ella cuatro onzas de lágrimas cuando me muriera. Le
juraba yo un litro de sangre cuando tuviera un accidente.”
Fernando
del Paso: “Palinuro de México”
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