"Echado en las rocas, no veía delante de mí más que unos prados, y por encima de ellos, no los siete cielos de la física cristiana, sino la superposición de dos únicos: uno más oscuro, el mar, y otro arriba, un poco más pálido. Merendábamos, y si yo había traído algún pequeño recuerdo que fuese del agrado de alguna de las muchachas, para regalárselo, la alegría henchía su translúcido rostro, vuelto rojo de pronto, con tanta violencia, que la boca no podía contenerla, y para dejarla salir estallaba de risa. Estaban todas alrededor mío, y entre sus caras, muy poco separadas unas de otras, el aire trazaba veredas azules, como jardinero que quiere abrir algún espacio para poder andar él en medio de un bosquecillo de rosas".
Marcel Proust: "En busca del tiempo perdido"
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