No, no era así. Estaba claro que
de aquella manera no se podía contactar con ellos. Era el motivo por el cual
habían fracasado tantos años de esfuerzo empleando el detector de Arecibo. Y lo
mismo sucedió con las demás antenas de radioastronomía repartidas por el mundo.
El programa SETI, diseñado para
capturar señales electromagnéticas procedentes de civilizaciones
extraterrestres, también se había mostrado infructuoso. No, no estaban ahí. Y
él se dio cuenta. De existir, se dijo, seres con una inteligencia semejante o
superior a la nuestra, se hallarían en la componente más abundante del
Universo, es decir, no en la visible sino formando parte de la materia oscura.
Al principio decidieron emplear
el sistema LIGO para recibir los posibles indicios de estos seres. Las ondas
gravitatorias detectadas por este sensor deberían mostrar trazas no ya
aleatorias sino conteniendo códigos creados por seres pensantes. Pero la enorme
estación experimental solo logró
detectar ondas de una forma muy burda. Las ondas de gravedad, como ocurre con
las electromagnéticas, disponían de un amplio espectro, y únicamente una
fracción minúscula del mismo reunía las características adecuadas para ser
utilizado en el envío de mensajes. Y esta fracción no era captada ni por LIGO,
ni por otros detectores semejantes como VIRGO, BICEP2 o LISA.
Tampoco los primeros instrumentos,
que empleaban condensados de Bose-Einstein (BEC), conseguían afinar lo
suficiente para elegir las señales precisas. Pero fue una máquina basada en
este principio, empleando materia cercana al cero absoluto de temperatura, la
que comenzó a generar resultados alentadores.
Al principio solo registraba
señales asociadas con fenómenos naturales: explosiones estelares de materia
oscura, choques de cuerpos muy masivos o señales rítmicas de cuásares formados
por esta extraña sustancia. Pero un día, el mismo científico que había cambiado
la forma de buscar inteligencia extraterrestre, mientras regulaba uno de los
sensores, percibió un ligero chisporroteo en el ordenador principal. Aquello no
estaba generado por ningún fenómeno natural pues empleaba un sistema binario de
comunicación. Después de introducirlo en el computador más potente del que
disponía en el laboratorio, el descifrado del mismo lo dejó de piedra: “Os
estábamos esperando. Ya habéis alcanzado el nivel suficiente para pasar a la
siguiente fase de la evolución. En breve recibiréis instrucciones. Saludos.”
Benno von Archimboldi: "Introducción a la Ondulatoria"