“Tardamos veinte días en encontrar el camino
real de Talpa. Hasta entonces habíamos venido los tres solos. Desde allí
comenzamos a juntarnos con gente que salía de todas partes; que había
desembocado como nosotros en aquel camino ancho parecido a la corriente de un
río, que nos hacía andar a rastras, empujados por todos lados como si nos
llevaran amarrados con hebras de polvo. Porque la tierra se levantaba, con el
bullir de la gente, un polvo blanco como tamo de maíz que subía muy alto y
volvía a caer; pero los pies al caminar lo devolvían y lo hacían subir de
nuevo; así a todas horas estaba aquel polvo por encima y por debajo de
nosotros. Y arriba de esta tierra estaba el cielo vacío, sin nubes, solo el
polvo; pero el polvo no da ninguna sombra.
Teníamos que esperar a la noche para
descansar del sol y de aquella luz blanca del camino.
Luego los días fueron haciéndose más largos.
Habíamos salido de Zenzontla a mediados de febrero, y ahora que comenzaba marzo
amanecía muy pronto. Apenas si cerrábamos los ojos al oscurecer, cuando nos
volvía a despertar el sol, el mismo sol que parecía acabarse de poner hacía un
rato.
Nunca había sentido que fuera más lenta y
violenta la vida como caminar entre un amontonadero de gente; igual que si
fuéramos un hervidero de gusanos apelotonados bajo el sol, retorciéndonos entre
la cerrazón del polvo que nos encerraba a todos en la misma vereda y nos
llevaba como acorralados. Los ojos seguían la polvareda; daban en el polvo como
si tropezaran contra algo que no podían traspasar. Y el cielo siempre gris,
como una mancha gris y pesada que nos aplastaba a todos desde arriba. Solo a
veces, cuando cruzábamos algún río, el polvo era más alto y más claro.
Zambullíamos la cabeza acalenturada y renegrida en el agua verde, y por un
momento de todos nosostros salía un humo azul, parecido al vapor que sale de la
boca con el frío. (...)
Algún día llegará la noche. En eso
pensábamos. Llegará la noche y nos pondremos a descansar. Ahora se trata de
cruzar el día, de atravesarlo como sea para correr del calor y del sol. Después
nos detendremos. Después. Lo que tenemos que hacer por lo pronto es esfuerzo
tras esfuerzo para ir deprisa detrás de tantos como nosotros y delante de otros
muchos.”
Juan
Rulfo: “El llano en llamas”